fundación GRATIS DATE

Gratis lo recibisteis, dadlo gratis

Otros formatos de texto

epub
mobi
pdf
zip

Descarga Gratis en distintos formatos

Carta a los Amigos de la Cruz

[1] Ya que la divina Cruz me tiene escondido y me prohibe hablar, no me es posible -y tampoco lo deseo- hablaros, para manifestaros los sentimientos de mi corazón sobre la excelencia de la Cruz y las prácticas santas que os permitan uniros en la Cruz adorable de Jesucristo.

Sin embargo, hoy, el día último de mi retiro, salgo, por así decirlo, del encanto de mi interior, y trazo sobre este papel algunos breves dardos de la Cruz, para que atraviesen vuestros benditos corazones. Dios quisiera hacerlos penetrantes no con la tinta de mi pluma, sino con la sangre de mis venas. Pero, ay, aunque ella fuera necesaria, es demasiado criminal. Sea, pues, el Espíritu del Dios viviente la vida, la fuerza y la esencia de esta carta. Sea su unción santa su tinta. Sea mi pluma la divina Cruz, y sean el papel vuestros corazones.

[I.- Excelencia de la unión de los Amigos de la Cruz]

Amigos de la Cruz, estáis profundamente unidos, como otros tantos soldados crucificados, para combatir el mundo (+Gál 6,14). No huís vosotros de él, como los religiosos y religiosas, por temor a ser vencidos, sino que, como valerosos y bravos guerreros, avanzáis en el campo de batalla, sin retroceder un paso y sin volver la espalda. ¡Animo! ¡Combatid con valentía!

Uníos fuertemente, y vuestra unidad de espíritus y corazones será infinitamente más fuerte y más terrible contra el mundo y el infierno, que lo que pueda ser el ejército de un reino bien unido contra los enemigos del Estado. Si los demonios se unen para perderos, uníos vosotros para espantarlos. Si los avaros se unen para traficar y ganar oro y plata, unid vuestros esfuerzos para ganar los tesoros eternos, contenidos en la Cruz. Si los libertinos se unen para divertirse, uníos vosotros para sufrir.

[A. Grandeza del nombre de Amigos de la Cruz]

[3] Os llamáis Amigos de la Cruz. ¡Qué nombre tan grande! A mí me encanta y me deslumbra. Es más brillante que el sol, más alto que los cielos, más glorioso y solemne que los títulos más formidables de reyes y emperadores. Es el nombre sublime de Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre al mismo tiempo. Es el nombre inconfundible del cristiano.

[4] Pero si su resplandor me deslumbra, no es menos cierto que su peso me espanta. Cuántas obligaciones inexcusa-bles y difíciles se encierran en ese nombre, según el mismo Espíritu Santo lo declara: «linaje elegido, sacerdocio real, nación consagrada, pueblo adquirido» (1Pe 2,9).

Un Amigo de la Cruz es un hombre elegido por Dios entre los diez mil que viven según el sentido y la sola razón, para ser un hombre totalmente divino, que va más allá de la razón, y que se opone tajantemente a la mera inclinación sensible por una vida y una luz de pura fe y de amor ardiente a la Cruz.

Un Amigo de la Cruz es un rey omnipotente, es un héroe que triunfa sobre el demonio, el mundo y la carne en sus tres concupiscencias (+1Jn 2,16). Al amar las humillaciones, espanta el orgullo de Satanás. Al amar la pobreza, vence la avaricia del mundo. Al amar el dolor, mata la sensualidad de la carne.

Un Amigo de la Cruz es un hombre santo y separado de todo lo visible, cuyo corazón se eleva por encima de todo lo caduco y perecedero, y cuya conversación está en los cielos (Flp 3,20). Pasa por esta tierra como un extranjero y un peregrino, sin apegarse a ella, con indiferencia, y la pisa con menosprecio.

Un Amigo de la Cruz es una excelente conquista de Jesucristo, crucificado en el Calvario, en unión de su santa Madre. Es un Ben-Oni, hijo del dolor, o un Ben-Ja-mín, hijo de la diestra [o Buenaventura: Gén 35,8], nacido de su corazón dolorido, venido al mundo a través de su costado traspasado, y vestido en la púrpura de su sangre. Marcado por su origen sangriento, no respira sino cruz, sangre y muerte al mundo, a la carne y al pecado, y vive aquí abajo oculto en Dios por Jesucristo (Rm 6,11; +1 Pe 2,24).

En fin, un perfecto Amigo de la Cruz es un verdadero porta-Cristo, o mejor, un Jesucristo, que puede decir con toda verdad: «ya no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí» (Gál 2,20).

[5] Mis queridos Amigos de la Cruz, ¿sois vosotros por vuestras acciones lo que significa vuestro grandioso nombre? ¿O al menos tenéis un auténtico deseo y una verdadera voluntad de venir a serlo, con la gracia de Dios, a la sombra de la Cruz del Calvario y de Nuestra Señora de los Dolores? ¿Usáis los medios necesarios para conseguirlo? ¿Habéis entrado en el verdadero camino de la vida (Prov 6,23; 10,17; Jer 21,8), que es la vía estrecha y espinosa del Calvario? ¿O es que camináis, sin daros cuenta, por el camino ancho del mundo, que conduce a la perdición (Mt 7,13-14)? ¿Ya sabéis que existe una vía que parece derecha y segura para el hombre, pero que lleva a la muerte (Prov 14,12)?

[6] ¿Sabéis distinguir bien entre la voz de Dios y de su gracia, y la voz del mundo y de la naturaleza? ¿Escucháis claramente la voz de Dios, nuestro Padre bueno, que, después de haber maldecido tres veces a cuantos siguen los deseos del mundo, «¡ay, ay, ay de los habitantes de la tierra!» (Ap 8,13), os llama con todo amor, tendiéndoos los brazos, «¡apartáos, pueblo mío!» (Núm 16,21; Is 52,11; Ap 18,4), pueblo mío elegido, queridos Amigos de la Cruz de mi Hijo; apartáos de los mundanos, que han sido maldecidos por mi Majestad, excomulgados por mi Hijo (+Jn 17,9), y condenados por mi Espíritu Santo (+16,8-11)?

¡Cuidado con sentaros en su pestilente cátedra! ¡No acudáis a sus reuniones! ¡No vayáis por sus caminos (Sal 1,1)! ¡Huid de la inmensa e infame Babilonia (Is 48,20; Jer 50,8; 51,6.9.45; Ap 18,4)! ¡No escuchéis otra voz ni sigáis otras huellas que las de mi Hijo bienamado! Yo os lo di para que sea vuestro camino, vuestra verdad, vuestra vida y vuestro modelo: «escu-chadle» (Mt 17,5; 2Pe 1,17).

¿Escucháis a este amable Jesús? Cargado con su Cruz, os grita: ¡«venid detrás de mí» (Mt 4,19), y seguidme, que «quien me sigue no anda en tinieblas» (Jn 8,12)! «¡Animo!: yo he vencido al mundo» (16,33).

[B. Los dos bandos]

[7] Queridos cofrades, ahí tenéis los dos bandos con los que a diario nos encontramos: el de Jesucristo y el del mundo (Jn 15,19; 17,14.16).

A la derecha, el de nuestro amado Salvador (+Mt 25,33). Sube por un camino que, por la corrupción del mundo, es más estrecho y angosto que nunca. Este Maestro bueno va delante, descalzo, la cabeza coronada de espinas, el cuerpo completamente ensangrentado, y cargado con una pesada Cruz. Sólo le siguen una pocas personas, si bien son las más valientes, sea porque no se oye su voz suave en medio del tumulto del mundo, o sea porque falta el valor necesario para seguirle en su pobreza, en sus dolores, en sus humillaciones y en sus otras cruces, que es preciso llevar para servirle todos los días de la vida (+Lc 9,23).

[8] A la izquierda (+Mt 25,33), el bando del mundo o del demonio. Es el más numeroso, y el más espléndido y brillante, al menos en apariencia. Allí corre todo lo más selecto del mundo. Se apretujan, y eso que los caminos son anchos, y que están más ensanchados que nunca por la muchedumbre que, como un torrente, los recorre. Están sembrados de flores, llenos de placeres y juegos, cubiertos de oro y plata (7,13-14).

[9] A la derecha, el pequeño rebaño (Lc 12,32) que sigue a Jesucristo sólo sabe de lágrimas y penitencias, oraciones y desprecios del mundo. Entre sollozos, se oye una y otra vez: «suframos, lloremos, ayunemos, oremos, ocultémonos, humillémonos, empo-brezcámonos, mortifiquémonos (+Jn 16,20). Pues el que no tiene el espíritu de Jesucristo, que es un espíritu de cruz, no es de Cristo (Rm 8,9), ya que los que son de Jesucristo han crucificado su carne con sus concupiscencias (Gál 5,24). O nos configuramos como imagen viva de Jesucristo (Rm 8,29) o nos condenamos. ¡Animo!, gritan, ¡valor! Si Dios está por nosotros, en nosotros y delante de nosotros, ¿quién estará contra nosotros? (8,31). El que está con nosotros es más fuerte que el que está en el mundo (1Jn 4,4). No es mayor el siervo que su señor (Jn 13,16; 15,20). Un instante de ligera tribulación produce un peso eterno de gloria (2Cor 4,17). El número de los elegidos es menor de lo que se piensa (Mt 20,16). Sólo los valientes y esforzados arrebatan el cielo por la fuerza (Mt 11,12). Nadie será coronado sino aquél que haya combatido legítimamente según el Evangelio (2Tim 2,5), y no según el mundo. ¡Luchemos, pues, con todo valor!».

Éstas son algunas de las palabras divinas con las que los Amigos de la Cruz se animan mutuamente.

[10] Los mundanos, por el contrario, para animarse a perseverar en su malicia sin escrúpulo, claman todos los días: «¡Vivir, vivir! ¡Paz, paz! ¡Alegría, alegría! ¡Comamos, bebamos, cantemos, dancemos, juguemos! Dios es bueno, Dios no nos ha creado para condenarnos. Dios no prohibe las diversiones; no vamos a ser condenados por eso. ¡Fuera escrúpulos! ¡"No moriréis" (Gén 3,4)»!

[11] Acordáos, mis queridos cofrades, de que nuestro buen Jesús os está mirando ahora, y os dice a cada uno en particular: «Ya ves que casi toda la gente me abandona en el camino real de la Cruz. Los idólatras, cegados, se burlan de mi Cruz como de una locura; los judíos, en su obstinación, se escandalizan de ella (+1Cor 1,23), como si fuera un objeto de horror; los herejes la destrozan y derriban como cosa despreciable. Pero -y lo digo con lágrimas y con el corazón atravesado de dolor- mis propios hijos, criados a mis pechos e instruídos en mi escuela, los propios miembros míos que he animado con mi espíritu, me han abandonado y despreciado, haciéndose enemigos de mi Cruz (+Is 1,2; Flp 3,18). "¿También vosotros queréis marcharos?" (Jn 6,67). ¿También vosotros queréis abandonarme, huyendo de mi Cruz, como los mundanos, que son en esto verdaderos anticristos (1Jn 2,18)? ¿Es que queréis vosotros, para conforma-ros con el siglo presente (Rm 12,2), despreciar la pobreza de mi Cruz, para correr tras las riquezas; evitar el dolor de mi Cruz, para buscar los placeres; odiar las humillaciones de mi Cruz, para ambicionar los honores? En apariencia, tengo yo muchos amigos, que aseguran amarme, pero que, en el fondo, me odian, porque no aman mi Cruz; tengo muchos amigos de mi mesa, y muy pocos de mi Cruz» [Imitación de Cristo II, 11,1].

[12] Ante esta llamada de Jesús tan amorosa, elevémonos por encima de nosotros mismos, y no nos dejemos seducir por nuestros entidos, como Eva (+Gén 3,6). Miremos sólamente al autor y consuma-dor de nuestra fe, Jesús crucificado (Heb 12,2). Huyamos la depravada concupiscencia de este mundo corrompido (2Pe 1,4). Amemos a Jesucristo de la manera más alta, es decir, a través de toda clase de cruces. Meditemos bien las admirables palabras de nuestro amado Maestro, que sintetizan toda la perfección de la vida cristiana: «Si alguno quiere venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y que me siga» (Mt 16,24).