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El bien difusivo

Ha escrito también Canals: «Notaba Ramón Orlandis que las denominadas "veinticuatro tesis tomistas" podían ser reconocidas ciertamente como "principios y proposiciones mayores", pero no como si fuesen "los principios y proposiciones mayores" de la síntesis metafísica de Santo Tomás» (Canals, 1991, 20). En efecto, pueden considerarse otros muchos e incluso más nucleares.

Uno de ellos es el carácter difusivo del bien. En la síntesis tomista tiene una importancia extraordinaria el bien. Santo Tomás lo concibe como motivo de la creación y como fin de lo creado. En la doctrina metafísica tomista del ser es un principio capital. Desde la tesis de la naturaleza difusiva del bien, se comprende la del ser como acto, e incluso toda la sistemática de las estructuras actopotenciales, con las que se da razón de la constitución ontológica del ente finito y creado, sujeto de cambio y movimiento, y numéricamente múltiple en la identidad específica.

Dios, bien infinito, por el acto libre de la creación, comunica el bien; y lo hace poniendo en las criaturas la capacidad de participarlo por semejanza. Dios otorga así el bien participado y la capacidad de poseerlo. De manera que las limitaciones de las criaturas no suponen un mal, el denominado mal metafísico. No existe este mal, porque la finitud es un bien, aunque limitado. La limitación o finitud es un modo de participar del bien, es la condición para poder poseer el bien.

La tesis de que todo lo potencial es capacidad receptiva del bien, supone otra anterior también en la línea de lo bueno: el carácter difusivo del bien. Lo que es en acto, no sólo es perfecto, sino perfectivo, y, como concecuencia, es bueno y difusivo de su mismo bien.

La concepción de todo ente como bueno le permite considerar el universo como una jerarquización de bienes, en el que cada uno de ellos está dispuesto en distintos niveles de bondad, según su participación en el bien, que son así expresados analógicamente. Todas las realidades creadas son buenas en alguna medida, y en cuanto tales poseen las dimensiones de modo, especie y orden, descubiertas por San Agustín.

De manera que la explicación metafísica de Santo Tomás de la criatura se hace «desde unas tesis más definitivas y últimamente sintéticas, que es preciso situar en la metafísica neoplatónica del bien difusivo, la doctrina de la participación del bien por los entes del universo, y la ontología del mismo bien trascendental expresada en la caracterización agustiniana del bien finito como vestigio o imagen de la "Trinidad divina", según la dimensión ternaria de "especie", "modo" y "orden"» (Canals, 1991, 20).

Santo Tomás, por tanto, considera que son tres los elementos constitutivos de toda perfección en el ser finito: la especie, el modo, y el orden. Modo, especie y orden son tres dimensiones del bien finito, pero que no constituyen una estructura de composición, sino que suponen una misteriosa identidad y diferenciación.

El modo constituye la vertiente existencial y singular de las realidades finitas, por el que pueden estar y actuar determinadamente en un lugar concreto. El modo no es sino la diferenciación individual, según la cual la perfección se da accidentalmente en el ente. La especie es el aspecto conceptualizable de la entidad, lo que atrae la atención de la inteligencia. La especie no es sino la forma misma del ente, es decir, el principio intrínseco de la perfección del mismo. El orden es el elemento relativo, fundado en los otros dos. Da razón de la referencia y orientación de las cosas, de su dinamismo tendencial, tanto en su aspecto de apetición o de búsqueda como de difusión de sí. El orden es, por tanto, la inclinación o tendencia que el ente según su forma, o perfección intrínseca, tiene a otras cosas distintas, a su acciones, a la comunicación de sus perfecciónes y a su fin.

Las cosas son así buenas por esta tríada, y, por tanto, no únicamente por su naturaleza, sino también por su modalización propia y por su ordenación o finalidad. No se considera, por consiguiente, que la singularización sea una desintegración de la esencia, ni la limitación, o finitud, como un mal metafísico.