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Un calvario

Si mala era la situación financiera de la provincia capuchina de Foggia, no era mucho mejor la de las demás provincias de dicha Orden. Así en el verano de 1959 fue la curia general la que también decidió recurrir al Padre Pío. El primer paso fue nombrar a dedo al padre Amadeo Da San Giovanni Rotondo como sucesor del superior de la provincia de Foggia al término de su mandato. Este nuevo provincial va a ser un perseguidor del Padre Pío y el hombre de todas las malversaciones. También en el convento de Santa Maria delle Grazie hubo cambios, la llegada de nuevos hermanos y en octubre la elección del padre Emilio da Matrice como superior.

El padre Amadeo, a las primeras de cambio, solicitó al Padre Pío una ayuda de 100 a 200 millones de liras. El Padre, que nunca se había mezclado en cuestiones de dinero, confuso, pero no queriendo ser ajeno al problema de sus hermanos, preguntó al administrador, el honrado Angelo Battisti, en qué podían ayudar:

–Padre, no tengo facultad para disponer del dinero del hospital para ayudas de esa clase. Además, en la cuenta de Foggia hay depositados 55 millones de liras que están destinados a las obras de ampliación.

–Hijo mío, si hacemos un esfuerzo podríamos ayudar en algo. ¿Cómo lo ves?

Al final se decidió prestar a la provincia unos 40 millones sin intereses.

A la segunda petición del padre Amadeo por la misma cifra anterior, Battisti mostró al Padre que la situación de las finanzas de la Casa di Sollievo no permitía dar esta clase de ayudas. Nuestro Padre Pío comprendió inmediatamente lo que se le vendría encima, y así se lo expresó a Battisti:

–Tu resistencia dará lugar a que me hagan la vida imposible; se van a poner todos contra mí e invocarán de algún modo la obediencia.

Auténtica maraña

Y así fue y con creces. La primera víctima fue el padre Mariano, capellán de la Casa di Sollievo, quien cada día iba a la celda del Padre a recoger los donativos recibidos y los llevaba directamente a los servicios contables del hospital. Un día, el provincial en persona le esperó y le ordenó que entregara los donativos al ecónomo del convento en lugar de hacerlo al hospital. El padre Mariano se negó sin la conformidad del Padre Pío. A los pocos días era sustituido y enviado a descansar en un hospital psiquiátrico.

De ahí se pasó a abrir directamente la correspondencia, muy abundante, que recibía el Padre Pío, a separar los donativos nominativos al hospital de los señalados «al portador» o dirigidos al Padre, que se entregaban directamente al ecónomo para ser repartidos entre el convento y la provincia. Este desvío aumentó al comunicar un número de cuenta especial cuando se agradecían los donativos. Era el número de la cuenta del convento.

Lejos, monseñor Bortignon, desde Padua, irá castigando a quienes dentro de su diócesis mantengan cualquier tipo de relación con el Padre Pío, al tiempo que crea un clima hostil contra él, cuyo eco llegará hasta el mismo Vaticano.

El cardenal Ottaviani, secretario del Santo Oficio, decidió mandar a monseñor Crovini para investigar si la gestión del hospital era correcta o no y aclarar las denuncias de sentidos contrarios que se habían recibido de San Giovanni Rotondo.

Enterados los responsables capuchinos de tal decisión, el ministro general, padre Clemente Da Milwaukee, escribió al Papa Juan XXIII para rogarle que mandara un visitador apostólico diciendo que era la única «posibilidad de solución eficaz y total». Esta visita iba a anular los efectos positivos del informe Crovini que, ajustado a la verdad, detallaba las irregularidades de los frailes culpables y por contra declaraba la rectitud en la administración del hospital . Y es precisamente lo que ocurrió.

El cardenal Ottaviani, fiel a su deber y a la vista del informe Crovini, firmó un decreto alejando de San Giovanni Rotondo a los padres Amadeo, Emilio y sus secuaces, y restituyendo en su lugar a los hermanos de recto proceder. El padre Clemente Da Milwaukee, ministro general de la Orden capuchina, consiguió ser recibido en audiencia por el Papa y, jugando todas las bazas, logró que fuese nombrado un visitador apostólico a la medida de sus conveniencias y la anulación del decreto mencionado.

Mientras tanto al Padre Pío se le espiaba, incluso con micrófonos en su celda, en el locutorio, y aun sacrílegamente en su confesonario. Se pretendía pillar al Padre en falso en algo, fuese lo que fuese, para presentarlo al visitador y controlar, a un tiempo, que no se les escapara ningún donativo. Se conocen nombres y apellidos de quienes se prestaron a ayudar en tan sucio y secreto quehacer, así como los de más «arriba» que lo «ordenaban».

El visitador apostólico, monseñor Maccari, condiscípulo de uno de éstos, fue fácilmente manipulado y mal apoyado por su ayudante y secretario, don Giovanni Barberini. Los hermanos que todavía trataban de defender al Padre no pudieron impedir que ya monseñor Maccari empezara a dictar normas restrictivas entre los visitantes y el Padre.

Amargas bodas de oro

10 de agosto de 1960. Bodas de oro sacerdotales del Padre Pío. Monseñor Maccari y Barberini se fueron el 8 y volvieron el 14 para no estar presentes en la celebración, pues ya se vislumbraba que no le serían favorables. Fue un jubileo con aspectos en ambos sentidos.

Llegaron centenares de telegramas, entre ellos los de los cardenales Bacci, de Roma; Lercaro, de Bolonia; Meyer, de Chicago; Montini, el futuro papa Pablo VI y a la sazón arzobispo de Milán, que al felicitarle introducía estas palabras:

«A usted, padre, que celebra un sacerdocio favorecido con tantos bienes y con tanta fecundidad».

Telegramas de más de setenta obispos del mundo entero. De políticos, escritores, personalidades, gente muy notable. A pesar de la asistencia de veinte mil fieles, no hubo ninguna autoridad eclesiástica, con excepción de monseñor Casta, obispo de Foggia, que se atrevió a estar presente. Juan XXIII no concedió su bendición apostólica y L´Osservatore Romano no publicó ni una línea. Un jubileo con cierta amargura.

El Padre Pío escribió, al dorso de la estampa recordatorio, la síntesis de sus 50 años de sacerdote:



Oh María,
madre dulcísima de los sacerdotes,
mediadora de todas las gracias,
desde el profundo amor de mi corazón
te ruego, te suplico, te conjuro,
que le des gracias hoy, mañana, siempre,
a Jesús
por el don inestimable
de los cincuenta años de mi sacerdocio.
Jesús,
concédeme el perdón
de mis pecados, negligencias y omisiones,
dame la gracia
de perdonar y perseverar,
bendice con abundancia
a mis superiores y a todos mis hermanos,
haz que los Grupos de Oración sean
faros de luz y de amor en el mundo.
Oh María,
madre y salud de los enfermos,
haz que florezca tu
Casa di Sollievo della Sofferenza,
otorga al mundo desolado la verdadera paz,
a la Iglesia católica
el triunfo de Tu Hijo.

Padre Pío Da Pietrelcina, Capuchino
en recuerdo de sus Bodas de oro sacerdotales.
Benevento, 10-8-1910
San Giovanni Rotondo, 10-8-1960

¡Que bonito! El Padre Pío, robado, traicionado y perseguido por algunos de sus superiores y hermanos; vejado y maltratado moralmente por los visitadores apostólicos, a la espera de restricciones y sanciones, ese día, con casi setenta y tres años, quería olvidar sus penas, dar gracias, pedir y repartir perdón. Su corazón rebosaba de amor y así se lo manifestó a su director espiritual:

–Sí, mi alma está herida de amor a Jesús; estoy enfermo de amor; siento de continuo el dolor amargo de ese fuego que quema sin consumir.