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Gloria póstuma

Los habitantes y las autoridades de Villarreal, conmovidos ante la multitud de prodigios que se obtenían por intercesión del Bienaventurado Pascual, enviaron en noviembre de 1592 al Obispo de Tortosa una diputación para suplicarle abriese una información jurídica acerca de las virtudes y milagros del Siervo de Dios, fray Pascual. El Prelado accedió gustoso y designó a un oficial suyo y al Prior de los dominicos de Castellón, para que diesen comienzo a las informaciones.

Estos debían interrogar a los testigos y notar cuidadosamente sus declaraciones, después de exigir de los mismos el juramento de que dirían en todo la verdad. Un notario consignaba por escrito estas declaraciones, que debían luego ser remitidas secretamente al Obispo.

Los comisarios diocesanos convocaron a todas las personas que habían conocido al Santo o que habían recibido sus favores. Después de haber jurado éstas decir en todo la verdad, declararon cuanto sabían sobre el Siervo de Dios.

Muchos de los testigos eran pastores y aldeanos que conocieran a Pascual en su juventud, y no pocos religiosos que le habían tenido por compañero en el convento. En esta ocasión fue cuando hicieron sus declaraciones, con varios otros, Juan Aparicio y García, de los cuales hemos hablado en el curso de esta historia. Este proceso diocesano preparatorio terminó en agosto de 1594. El P. Ximénez se valió para su crónica de estas declaraciones, además de sus recuerdos personales.

La Sagrada Congregración de Ritos, habiendo conocido estos documentos, delegó en 1611 al obispo de Segorbe, para instruir un nuevo proceso sobre fray Pascual, esta vez en nombre de la Iglesia romana y como delegado de la Sede Apostólica.

En esta ocasión hicieron sus segundas declaraciones Aparicio y varios otros que vivían aún, y que habían conocido personalmente al Santo. El P. Cristóbal de Arta, postulador de la causa, registró muchas de estas informaciones y ciento setenta y cinco milagros obrados por mediación de San Pascual. Entre todos estos milagros hay uno que merece ser consignado particularmente.

Un hombre de Valencia acababa de asistir al sermón en la iglesia de los franciscanos de la Ribera. Cuando regresó a su casa, refirió a su familia lo que acababa de oír sobre las virtudes y milagros del Santo, y la animó a que eligiese a éste por patrono. Durante la noche enfermó repentinamente y murió. Su mujer, loca de dolor, cayó de rodillas y dijo al Santo:

–Mi buen Santo, haced que mi marido vuelva a la vida, a fin de que pueda recibir los últimos Sacramentos, y tener así una muerte digna de un buen cristiano. Ahora precisamente se está trabajando por vuestra canonización, y es preciso que hagáis este milagro, si queréis que se os tribute el honor de los altares.

Entre tanto los médicos llamados a toda prisa habían certificado su muerte, que atribuían a una apoplejía fulminante. La mujer no por eso pierde las esperanzas, y coloca sobre el rostro del cadáver un pequeño trozo de lana que había pertenecido a la túnica del Bienaventurado.

En aquel preciso momento abre los ojos el difunto exclamando: «¡Jesús! ¡Jesús! ¡Yo estaba muerto!... ¿Cómo es que he vuelto a la vida?...» Pocos momentos después la casa se llena de gente, y son los médicos los primeros en proclamar el milagro. Con todo, el buen hombre se resiste a levantarse, y pide una y otra vez le sean administrados los últimos Sacramentos. Se accede a sus deseos, y en la noche siguiente entrega de nuevo el espíritu al Señor. Su mujer lloraba, diciéndose:

–Si hubiera pedido la vida para mi marido, yo no dudo que el buen Santo me la hubiera alcanzado.

El P. Cristóbal de Arta relata con ésta otras doce resurrecciones, casi todas de niños (Vita l.III, cp.I). Fray Pascual, aun después de su muerte, procuraba para sus devotos la gracia de morir reconciliados con Dios y fortificados con el santo Viático.

La relación de éste y de otros milagros fue enviada a Roma, acompañada de las súplicas de Felipe III, rey de España y terciario franciscano. La jerarquía eclesiástica de España y la Orden de Frailes Menores unieron sus súplicas a las del rey para obtener la beatificación del Siervo de Dios.

Paulo V acogió su demanda y la sometió a la Congregación de Ritos. Los Cardenales examinaron los documentos y se inició el proceso romano definitivo, que terminó felizmente. Y así, el 29 de octubre de 1618 el Papa Paulo V firmó el decreto de beatificación In sede principis por el que se daba a Pascual el título de Bienaventurado y se permitía rezar el Oficio y celebrar la Misa en su honor.

Esta facultad, restringida en un principio al reino de Valencia, fue ampliada en favor de todos los franciscanos y del clero de Villarreal y de Torre Hermosa respectivamente, en virtud del decreto Alias pro parte del 10 de febrero de 1620.

Un año más tarde muere Paulo V, y su sucesor Gregorio XV ordena a la Congregación de Ritos, que dé dictamen acerca de la heroicidad de las virtudes y de la autenticidad de los milagros atribuidos a Pascual Bailón. Los Cardenales, reunidos en tres sesiones, declararon que se podía proceder a la canonización del Bienaventurado Pascual, cuya fiesta había sido señalada ya por Paulo V para el 17 de mayo, día aniversario de su muerte. Por distintas razones, sin embargo, la causa del Beato Pascual experimenta ciertos retrasos en su proceso.

Finalmente, cumplidas todas las exigencias canónicas, el 16 de octubre de 1690, Alejandro III procede a la canonización solemne, declarando que

«el Bienaventurado Pascual es Santo, y que la Iglesia celebrará su fiesta, según el rito de Confesores, el 17 de mayo, día en que descansó en el Señor».

Su sucesor, Inocencio XII publicó en 1691 la bula de canonización Rationi congruit. Así, pues, un siglo después de su muerte Pascual era honrado por la Iglesia con el más alto título que puede recibir un cristiano: el de Santo.

La Santa Sede concedió indulgencia plenaria a todos los fieles que en el día de la fiesta del Santo visiten una iglesia franciscana.

El culto de San Pascual se propagó muy rápidamente. Los numerosos favores obtenidos por su intercesión, en especial para la sanación de graves enfermedades, contribuyeron a aumentar la confianza que en él tenían los pueblos. Se venera hoy su sepulcro en la iglesia del convento de Villarreal.

León XIII honró de nuevo de modo excelso a San Pascual, nombrándole el 28 de noviembre de 1897 «Patrono particular de los Congresos eucarísticos y de todas las Asociaciones que tienen por objeto la divina Eucaristía, que hayan sido instituídas hasta el presente o que en adelante se instituyan» (Providentissimus).