En el mundo, pero no del mundo
Homilía de San Gregorio Magno, papa, sobre los evangelios
Quiero exhortaros a que dejéis todas las cosas, pero quiero hacerlo sin excederme. Si no podéis abandonar todas las cosas del mundo, al menos poseedlas de tal forma que por medio de ellas no seáis retenidos en el mundo. Vosotros debéis poseer las cosas terrenas, no ser su posesión; bajo el control de vuestra mente deben estar las cosas que tenéis, no suceda que vuestro espíritu se deje vencer por el amor de las cosas terrenas y, por ello, sea su esclavo.
Las cosas terrenas sean para usarlas, las eternas para desearlas; mientras peregrinamos por este mundo, utilicemos las cosas terrenas, pero deseemos llegar a la posesión de las eternas. Miremos de soslayo todo lo que se hace en el mundo; pero que los ojos de nuestro espíritu miren de frente hacia lo que poseeremos cuando lleguemos.
Extirpemos completamente nuestros vicios, no sólo de nuestras acciones, sino también de nuestros pensamientos. Que la voluptuosidad de la carne, la vana curiosidad y el fuego de la ambición no nos separen del convite eterno; al contrario, hagamos las cosas honestas de este mundo como de pasada. de tal forma que las cosas terrenas que nos causan placer sirvan a nuestro cuerpo, pero sin ser obstáculo para nuestro espíritu.
No nos atrevemos, queridos hermanos, a deciros que dejéis todas las cosas. Sin embargo, si queréis, aun reteniendo las cosas temporales, podéis dejarlas, si las administráis de tal forma que vuestro espíritu tienda hacia las cosas celestiales. Porque usa del mundo, pero como si no usase de él, quien toma todas las cosas necesarias para el servicio de su vida, y, al mismo tiempo, no permite que ellas dominen su mente, de modo que las cosas presten su servicio desde fuera y no interrumpan la atención del espíritu, que tiende hacia las cosas eternas. Para los que así obran, las cosas terrenas no son objeto de deseo, sino instrumento de utilidad. Que no haya, por lo tanto, nada que retarde el deseo de vuestro espíritu, y que no os veáis enredados en el deleite que las cosas terrenas procuran.
Si se ama el bien, que la mente se deleite en los bienes superiores, es decir, en los bienes celestiales. Si se teme el mal, que se piense en los males eternos, y así, recordando dónde está el bien más deseable y el mal más temible, no dejaremos que nuestro corazón se apegue a las cosas de aquí abajo.
Para lograr esto, contamos con la ayuda del que es mediador entre Dios y los hombres; por su mediación, obtendremos rápidamente todo, si estamos inflamados de amor hacia él, que vive y reina con el Padre y el Espíritu Santo, y es Dios, por los siglos de los siglos. Amén.
Para los que se han consagrado a una actividad caritativa
Cristo nos recomienda la misericordia
De las homilías de san Juan Crisóstomo, obispo, sobre la carta a los Romanos
Dios nos entregó a su Hijo; tú, en cambio, no
eres capaz siquiera de dar un pan al que se entregó por ti a la muerte.
El Padre, por amor a ti, no perdonó a su propio Hijo; tú, en cambio, desprecias al hambriento viéndolo desfallecer de hambre, y no lo socorres ni a costa de unos bienes que son suyos y que, al darlos, redundarían en beneficio tuyo.
¿Existe maldad peor que ésta? El Señor fue entregado por ti, murió por ti, anduvo hambriento por ti; cuando tú das, das de lo que es suyo, y tú mismo te beneficias de tu don; pero ni siquiera así te decides a dar.
Son más insensibles que las piedras los que, a pesar de todo esto, perseveran en su diabólica inhumanidad. Cristo no se contentó con padecer la cruz y la muerte, sino que quiso también hacerse pobre y peregrino, ir errante y desnudo, quiso ser arrojado en la cárcel y sufrir las debilidades, para lograr de ti la conversión.
Si no te sientes obligado ante lo que yo he sufrido par ti, compadécete, por lo menos, ante mi pobreza. Si no quieres compadecerte de mi pobreza, déjate doblegar, al menos, por mi debilidad y mi cárcel. Si ni esto te lleva a ser humano, accede, al menos, ante la pequeñez de lo que se te pide. No te pido nada extraordinario, sino tan sólo pan, techo y unas palabras de consuelo.
Si, aun después de todo esto, sigues inflexible, que te mueva, al menos, el premio que te tengo prometido: el reino de los cielos; ¿ni eso tomarás en consideración?
Déjate, por lo menos, ablandar por tus sentimientos naturales cuando veas a un desnudo, y acuérdate de la desnudez que, por ti, sufrí en la cruz; esta misma desnudez la contemplas ahora cuando ves a tu prójimo pobre y desnudo.
Como entonces estuve encarcelado por ti, así también ahora estoy encarcelado en el prójimo, para que una u otra consideración te conmueva, y me des un poco de tu compasión. Por ti ayuné, y ahora nuevamente paso hambre; en la cruz tuve sed, y ahora tengo sed nuevamente en la persona de los pobres; así, por uno u otro motivo, intento atraerte hacia mí y hacerte compasivo para propia salvación.
Ante tantos beneficios, te ruego que me correspondas; no te lo exijo como si se tratara de una deuda, sino que quiero premiártelo como si fueras un donante, y, a cambio de cosas tan pequeñas, prometo darte todo un reino.
No te digo: «Remedia mi pobreza»; ni tampoco: «Entrégame tus riquezas, ya que por ti me he hecho pobre», sino que te pido únicamente pan, vestido y un poco de consuelo en mi gran necesidad.
Si estoy arrojado en la cárcel, no te obligo a que rompas mis cadenas y consigas mi libertad, sino que te pido únicamente que vengas a visitarme, pues estoy encarcelado por tu causa; esto será suficiente para que, por ello, te dé el cielo. Aunque yo te liberé de cadenas pesadísimas, me daré por satisfecho con que me visites en la cárcel.
Podría, ciertamente, premiarte sin necesidad de pedirte todo esto, pero quiero ser tu deudor para que así esperes el premio con mayor confianza.
Para los educadores
Tenemos que preocuparnos del bien de los niños
De las homilías de san Juan Crisóstomo, obispo, sobre el evangelio de san Mateo
Cuando el Señor dice: Sus ángeles están viendo siempre en el cielo el rostro de mi Padre celestial, y: Yo para esto he venido, y: Ésta es la voluntad de mi Padre, quiere estimular, con estas afirmaciones, la diligencia de los responsables de la educación de los niños.
¿Te fijas cómo los protege, amenazando con castigos intolerables a quienes los escandalicen, y prometiendo premios admirables a los que les sirvan y se preocupen de ellos, confirmando esto con su propio ejemplo y el de su Padre? Imitémosle, pues, poniéndonos al servicio de nuestros hermanos sin rehusar ningún esfuerzo, por laborioso o humilde que nos parezca, sin negarnos siquiera a servirles si es necesario, por pequeños y pobres que sean; y ello aunque nos cueste mucho, aunque tengamos que atravesar montes y precipicios; todo hay que soportarlo por la salvación de nuestros hermanos. Pues Dios tiene tanto interés por las almas que ni siquiera perdonó a su propio Hijo. Por eso os ruego que, así que salgamos de casa a primera hora de la mañana, nuestro único objetivo y nuestra preocupación primordial sea la de ayudar al que está en peligro.
Nada hay, en efecto, de tanto valor como el alma: Pues, ¿de qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si arruina su alma? Ahora bien, el amor de las riquezas pervierte y arruina todos los valores, destruye el temor de Dios y toma posesión del alma como un tirano que ocupa una plaza fuerte. Descuidamos, pues, nuestra salvación y la de nuestros hijos cuando nos preocupamos solamente de aumentar nuestras riquezas, para dejarlas luego a nuestros hijos, y éstos a los suyos, y así sucesivamente, convirtiéndonos de esta manera más en transmisores de nuestros bienes que en sus poseedores. ¡Qué gran tontería es ésta, que convierte a los hijos en algo menos importante que los siervos! A los siervos, en efecto, los castigamos, aunque sea para nuestro provecho; en cambio, los hijos se ven privados de esta corrección, y así los tenemos en menor estima que a los siervos.
¿Y qué digo de los siervos? Cuidamos menos de los hijos que de los animales, ya que nos preocupamos más de los asnos y de los caballos que de los hijos. Si alguien posee un mulo, se preocupa mucho en conseguirle un buen mozo de cuadra, que sea honrado, que no sea ladrón ni dado al vino, que tenga experiencia de su oficio; pero, si se trata de buscar un maestro para nuestro hijo, aceptamos al primero que se nos presenta, sin preocuparnos de examinarlo, y no tenemos en cuenta que la educación es el más importante de los oficios.
¿Qué oficio se puede comparar al de gobernar las almas y formar la mente y el carácter de los jóvenes? El que tiene cualidades para este oficio debe usar de una diligencia mayor que cualquier pintor o escultor. Pero nosotros, por el contrario, no nos preocupamos de este asunto y nos contentamos con esperar que aprendan a hablar; y esto lo deseamos para que así sean capaces de amontonar riquezas. En efecto, si queremos que aprendan el lenguaje no es para que hablen correctamente, sino para que puedan enriquecerse, de tal forma que, si fuera posible enriquecerse sin tener que hablar, tampoco nos preocuparíamos de esto.
¿Veis cuán grande es la tiranía de las riquezas? ¿Os fijáis cómo todo lo domina y cómo arrastra a los hombres donde quiere, como si fuesen esclavos maniatados? Pero ¿qué provecho obtengo yo de todas estas recriminaciones? Con mis palabras, ataco la tiranía de las riquezas, pero, en la práctica, es esta tiranía y no mis palabras la que vence. Pero a pesar de todo no dejaré de censurarla con mis palabras y, si con ello algo consigo, será una ganancia para vosotros y para mí. Pero, si vosotros perseveráis en vuestro amor a las riquezas, yo, por mi parte, habré cumplido con mi deber.
El Señor os conceda liberaros de esta enfermedad, y así me conceda a mí poder gloriarme en vosotros. A él la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén.