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25 de mayo

San Beda el Venerable

Presbítero y doctor de la Iglesia

Nació junto al monasterio de Wearmouth el año 673. Fue educado por san Benito Biscop, ingresó en dicho monaste­rio y, ordenado sacerdote, ejerció el ministerio de la enseñanza y la actividad literaria. Escribió obras teológicas e históricas de gran erudición, que recogen muchas de las tradiciones de los santos Padres, así como notables tratados exegéticos. Murió el año 735.

Deseo ver a Cristo

De la carta de Cutberto sobre la muerte de san Beda el Venerable

El martes, antes de la fiesta de la Ascensión, la enfermedad de Beda se agravó; su respiración era fatigosa y los pies se le hinchaban. Sin embargo, durante todo aquel día siguió sus lecciones y el dictado de sus escritos con ánimo alegre. Dijo, entre otras cosas:

«Aprended de prisa porque no sé cuánto tiempo viviré aún, ni si el Creador me llevará consigo en seguida».

Nosotros teníamos la impresión de que tenía noticia clara de su muerte; prueba de ello es que se pasó toda la noche velando y en acción de gracias.

Al amanecer del miércoles, nos mandó que escribiéra­mos lo que teníamos comenzado; lo hicimos hasta la hora de Tercia. A la hora de Tercia tuvimos la procesión con las reliquias de los santos, como es costumbre ese día. Uno de los nuestros, que estaba con Beda, le dijo:

«Maestro, falta aún un capítulo del libro que últimamente dictabas; ¿te resultaría muy difícil seguir contestando a nuestras preguntas?»

A lo que respondió:

«No hay dificultad. Toma la pluma y ponte a escribir en seguida».

Así lo hizo él. Pero a la hora de Nona me dijo:

«Tengo en mi baúl unos cuantos objetos de cierto valor, a saber, pimienta, pañuelos e incienso; ve corriendo y avisa a los presbíteros del monasterio para repartir entre ellos estos regalos que Dios me ha hecho».

Ellos vinieron, y Beda les dirigió la palabra, rogando a todos y cada uno que celebraran misas por él y recitaran oraciones por su alma, lo que prometieron todos de buena gana.

Se les caían las lágrimas, sobre todo cuando Beda dijo que ya no verían por más tiempo su rostro en este mundo. Pero se alegraron cuando dijo:

«Hora es ya de que vuelva a mi Creador (si así le agrada), a quien me creó cuando yo no era y me formo de la nada. He vivido mucho tiempo, y el piadoso juez ha tenido especial providencia de mi vida; es inminente el momento de mi partida, pues deseo partir para estar con Cristo; mi alma desea ver en todo su esplendor a mi rey, Cristo».

Y dijo más cosas edificantes, continuando con su alegría de siempre hasta el atardecer.

Wiberto, de quien ya hemos hablado, se atrevió aún a decirle:

«Querido maestro, queda aún por escribir una frase».

Contestó Beda:

«Pues escribe en seguida».

Al poco tiempo dijo el muchacho:

«Ya está».

Y Beda contestó de nuevo:

«Bien dices, está cumplido. Ahora haz el favor de colocarme la cabeza de manera que pueda sentarme mirando a la capilla en que solía orar; pues también ahora quiero invocar a mi Padre».

Y así, tendido sobre el suelo de su celda, comenzó a recitar:

«Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo».

Al nombrar al Espíritu Santo exhaló el último suspiro, y, sin duda, emigró a las delicias del cielo, como merecía, su constancia en las alabanzas divinas.

Oración

Señor Dios, que has iluminado a tu Iglesia con la sabiduría de san Beda el Venerable, concede a tus siervos la gracia de ser constantemente orientados por las enseñan­zas de tu santo presbítero y ayudados por sus méritos. Por nuestro Señor Jesucristo.

El mismo día 25 de mayo

San Gregorio VII

Papa

Hildebrando nació en Toscana hacia el año 1028. Se educó en Roma y abrazó la vida monástica; fue varias veces legado de los papas en la obra de reforma eclesiástica, que él mismo hubo de proseguir con gran denuedo al subir a la cátedra de Pedro en 1073, con el nombre de Gregorio VII. Su principal adversario fue el emperador Enrique IV. Murió desterrado en Salerno el año 1085.

Una Iglesia libre, casta y católica

De las cartas de san Gregorio VII, papa

Os rogamos encarecidamente en el Señor Jesús, que nos redimió con su muerte, que procuréis enteraros del por qué y el cómo de las tribulaciones y sufrimientos que sufrimos de parte de los enemigos de la religión cristiana.

Desde que, por disposición divina, la santa madre Iglesia me elevó, a pesar de mi indignidad y –testigo me es Dios– contra mi voluntad, a la Sede Apostólica, he procurado por todos los medios que la santa Iglesia, esposa de Dios, señora y madre nuestra, vuelva a ser libre, casta y católica, como corresponde a su condición. Era de esperar que el antiguo enemigo, a la vista de estos planes armase contra nosotros a sus miembros para que fracasáramos.

Por eso se atrevió a hacernos, a nos y a la Sede Apostólica, un daño como no había hecho desde los tiempos de Constantino el Grande. No tiene nada de extraño, puesto que, cuanto más avanzan los tiempos, más se afana por extinguir la religión cristiana.

Y ahora, hermanos míos carísimos, escuchad con atención lo que os digo. Todos los que en el mundo entero llevan el nombre de cristianos y conocen verdaderamente la fe cristiana saben y creen que san Pedro, príncipe de los apóstoles, es el padre de todos los cristianos y el primer pastor después de Cristo, y que la santa Iglesia romana es madre y maestra de todas las Iglesias.

Si, pues, creéis esto y lo retenéis sin vacilar, os ruego y ordeno, como hermano e indigno maestro vuestro, por amor de Dios todopoderoso, que ayudéis y socorráis a los que, como hemos dicho, son padre y madre vuestros, si queréis obtener el perdón de los pecados y conseguir ben­dición y gracia en este siglo y en el venidero.

El Dios omnipotente, de quien procede todo bien, ilumi­ne siempre vuestra mente y la fecunde con su amor y el del prójimo, de modo que los que hemos llamado padre y madre vuestros vengan a ser vuestros deudores y lleguéis a su compañía sin temor. Amén.

Oración

Señor, concede a tu Iglesia el espíritu de fortaleza y la sed de justicia con que has esclarecido al papa san Grego­rio séptimo, y haz que, por su intercesión, sepa tu Iglesia rechazar siempre el mal y ejercer con entera libertad su misión salvadora en el mundo. Por nuestro Señor Jesu­cristo.

El mismo día 25 de mayo

Santa María Magdalena de Pazzi

Virgen

Nació en Florencia el año 1566; educada en la piedad y admitida en la Orden carmelitana, llevó una vida oculta de oración ­y de abnegación, pidiendo constantemente por la reforma de la Iglesia. Además, dirigió por el camino de la perfección a muchas de sus hermanas de religión. Dios la enriqueció con múltiples dones y murió el año 1607.

Ven, Espíritu Santo

Del libro de las revelaciones y del libro de la prueba, de santa María Magdalena de Pazzi, virgen

Realmente eres admirable, Verbo de Dios, haciendo que el Espíritu Santo te infunda en el alma de tal modo que ésta se una con Dios, le guste y no halle su consuelo más que en él.

El Espíritu Santo viene al alma, sellado con el sello de la sangre del Verbo o Cordero inmolado; más aún, la misma sangre le incita a venir, aunque el propio Espíritu se pone en movimiento y tiene ya ese deseo.

Este Espíritu, que se pone en movimiento y es consustancial al Padre y al Verbo, sale de la esencia del Padre y del beneplácito del Verbo, y viene al alma como una fuente en que ésta se sumerge. A la manera que dos ríos confluyen y se entremezclan y el más pequeño pierde su propio nombre y asume el del más grande, también actúa así este divino Espíritu al venir al alma y hacerse una sola cosa con ella. Pero, para ello, es necesario que el alma, que es la más pequeña, pierda su nombre, dejándolo al Espíritu; esto lo conseguirá si se transforma en el Espíritu hasta hacerse una sola cosa con él.

Este Espíritu, además, dispensador de los tesoros del seno del Padre y custodio de los designios del Padre y el Hijo, se infunde en el ánimo con tal suavidad que su irrupción resulta imperceptible, y pocos estiman su valor.

Con su peso y su ligereza se traslada a todos aquellos lugares que encuentra dispuestos a recibirle. Se le escucha en su habla abundante y en su gran silencio; penetra en todos los corazones por el ímpetu del amor, inmóvil y movilísimo al mismo tiempo.

No te quedas, Espíritu Santo, en el Padre inmóvil y en el Verbo y, sin embargo, permaneces siempre en el Padre y en el Verbo, en ti mismo y en todos los espíritus bienaventurados, y en todas las criaturas. Eres necesario a la criatura por razón de la sangre del Verbo unigénito, quien, debido a la vehemencia de su amor, se hizo necesario a sus criaturas. Descansas en las criaturas que se disponen a recibir con pureza la comunicación de tus dones y tu propia semejanza. Descansas en aquellos que reciben los efectos de la sangre del Verbo y se hacen digna morada tuya.

Ven, Espíritu Santo. Que venga la unión del Padre, el beneplácito del Verbo. Tú, Espíritu de la verdad, eres el premio de los santos, el refrigerio de las almas, la luz en las tinieblas, la riqueza de los pobres, el tesoro de los amantes, la hartura de los hambrientos, el consuelo de los peregrinos; eres, por fin, aquel en el que se contienen todos los tesoros.

Ven, tú, el que, descendiendo sobre María, hiciste que el Verbo tomara carne; realiza en nosotros por la gracia lo mismo que realizaste en ella por la gracia y la naturaleza.

Ven, tú, alimento de los pensamientos castos, fuente de toda misericordia, cúmulo de toda pureza.

Ven, y llévate de nosotros todo aquello que nos impide el ser llevados por ti.

Oración

Señor Dios, tú que amas la virginidad, has enriquecido con dones celestiales a tu virgen santa María Magdalena de Pazzi, cuyo corazón se abrasaba en tu amor; concede a cuantos celebramos hoy su fiesta imitar los ejemplos de su caridad y su pureza. Por nuestro Señor Jesucristo.