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20 de enero

San Fructuoso

Obispo y mártir, y sus diáconos mártires,

santos Augurio y Eulogio

Entre los mártires más preclaros de la España romana destacan el obispo de Tarragona san Fructuoso y sus diáconos Augurio y Eulogio. Gracias a las Actas de su martirio, excepcionales en su autenticidad y escritas con una sublime sencillez, conocemos detalles primorosos de la organización eclesiástica y de la vida cristiana de la España antigua. Prudencio dedicó a estos santos sus mejores versos. Murieron en Tarragona, bajo la persecución de los emperadores Valeriano y Galieno, el año 259.

Honrar a los mártires es honrar a Dios

De los sermones de san Agustín, obispo

Bienaventurados los santos, en cuya memoria celebramos el día de su martirio: ellos recibieron la corona eterna y la inmortalidad sin fin a cambio de la vida corporal. Y a nosotros nos dejaron, en estas solemnidades, su exhortación. Cuando oímos cómo padecieron los mártires nos alegramos y glorificamos en ellos a Dios, y no sentimos dolor porque hayan muerto. Pues, si no hubieran muerto por Cristo, ¿acaso hubieran vivido hasta hoy? ¿Por qué no podía hacer la confesión de la fe lo que después haría la enfermedad?

Admirable es el testimonio de san Fructuoso, obispo. Como uno le dijera y le pidiera que se acordara de él y rogara por él, el santo respondió:

«Yo debo orar por la Iglesia católica, que se extiende de oriente a occidente».

¿Qué quiso decir el santo obispo con estas palabras? Lo entendéis, sin duda; recordadlo ahora conmigo:

«Yo debo orar por la Iglesia católica; si quieres que ore por ti, no te separes de aquella por quien pido en mi oración».

Y ¿qué diremos de aquello otro del santo diácono que fue martirizado y coronado juntamente con su obispo? El juez le dijo:

«¿Acaso tú también adoras a Fructuoso?»

Y él respondió:

«Yo no adoro a Fructuoso, sino que adoro al mismo Dios a quien adora Fructuoso».

Con estas palabras, nos exhorta a que honremos a los mártires y, con los mártires, adoremos a Dios.

Por lo tanto, carísimos, alegraos en las fiestas de los santos mártires, mas orad para que podáis seguir sus huellas.

O bien:

Alegría en el martirio

De las actas del martirio de san Fructuoso, obispo, y sus compañeros

Cuando el obispo Fructuoso, acompañado de sus diáconos, era conducido al anfiteatro, todo el pueblo sentía compasión de él, ya que era muy estimado no sólo por los hermanos, sino incluso por los gentiles. En efecto, Fructuoso era tal como el Espíritu Santo afirmó que debía ser el obispo, según palabras de san Pablo, instrumento escogido y maestro de los gentiles. Por lo cual, los hermanos, que sabían que su obispo caminaba hacia una gloria tan grande, más bien se alegraban que se dolían de su suerte.

Llegados al anfiteatro, en seguida se acercó al obispo un lector suyo, llamado Augustal, el cual le suplicaba, entre lágrimas, que le permitiera descalzarlo. Pero el bienaventurado mártir le contesto:

«Déjalo, hijo; yo me descalzaré por mí mismo, pues me siento fuerte y lleno de gozo, y estoy cierto de la promesa del Señor».

Colocado en el centro del anfiteatro, y cercano ya el momento de alcanzar la corona inmarcesible más que de sufrir la pena, pese a que los soldados beneficiarios le estaban vigilando, el obispo Fructuoso, por inspiración del Espíritu Santo, dijo, de modo que lo oyeran nuestros hermanos:

«No os ha de faltar pastor ni puede fallar la caridad y la promesa del Señor, ni ahora ni en el futuro. Lo que estáis viendo es sólo el sufrimiento de un momento».

Después de consolar de este modo a los hermanos, los mártires entraron en la salvación, dignos y dichosos en su mismo martirio, pues merecieron experimentar en sí mismos, según la promesa, el fruto de las santas Escrituras.

Cuando los lazos con que les habían atado las manos se quemaron, acordándose de los santos mártires de la oración divina y de su ordinaria costumbre, alegres y seguros de la resurrección y convertidos en signo del triunfo del Señor, arrodillados, suplicaban al Señor, hasta el momento en que juntos entregaron sus almas.

Oración

Señor, tú que concediste al obispo san Fructuoso su vida por la Iglesia, que se extiende de oriente a occidente, y quisiste que sus diáconos, Augurio y Eulogio le acompañaran al martirio llenos de alegría, haz que tu Iglesia viva siempre gozosa en la esperanza y se consagre, sin desfallecimientos, al bien de todos los pueblos. Por nuestro Señor Jesucristo.

El mismo día 20 de enero

San Fabián

Papa y mártir

Fue elegido obispo de la Iglesia de Roma el año 236 y recibió corona del martirio el año 250, al comienzo de la persecuc­ión de Decio, como atestigua san Cipriano; fue sepultado en las catacumbas de Calixto.

Fabián nos da ejemplo de fe y de fortaleza

De las cartas de san Cipriano, obispo y mártir

San Cipriano, al enterarse con certeza de la muerte papa Fabián, envió esta carta a los presbíteros y diáconos de Roma:

«Hermanos muy amados: Circulaba entre nosotros un rumor no confirmado acerca de la muerte de mi excelente ­compañero en el episcopado, y estábamos en la incerti­dumbre, hasta que llegó a nosotros la carta que habéis mandado por manos del subdiácono Cremencio; gracias a ella, he tenido un detallado conocimiento del glorioso martirio de vuestro obispo y me he alegrado en gran manera al ver cómo su ministerio intachable ha culminado una santa muerte.

Por esto, os felicito sinceramente por rendir a su memo­ria un testimonio tan unánime y esclarecido, ya que, por medio de vosotros, hemos conocido el recuerdo glorioso que guardáis de vuestro pastor, que a nosotros nos da ejemplo de fe y de fortaleza.

En efecto, así como la caída de un pastor es un ejemplo pernicioso que induce a sus fieles a seguir el mismo camino, así también es sumamente provechoso y saludable el testimonio de firmeza en la fe que da un obispo».

La Iglesia de Roma, según parece, antes de que recibiera esta carta, había mandado otra a la Iglesia de Cartago, en la que daba testimonio de su fidelidad en medio de la persecución, con estas palabras:

«La Iglesia se mantiene firme en la fe, aunque; algunos atenazados por el miedo –ya sea porque eran personas distinguidas, ya porque, al ser apresados, se dejaron vencer por el temor de los hombres–, han apostatado; a estos tales no los hemos abandonado ni dejado solos, sino que los hemos animado y los exhortamos a que se arrepientan, para que obtengan el perdón de aquel que puede dárselo, no fuera a suceder que, al sentirse abandonados, su ruina fuera aún mayor.

Ved, pues, hermanos, que vosotros debéis obrar también de igual manera, y así los que antes han caído, al ser ahora fortalecidos por vuestras exhortaciones, si vuelven a ser apresados, darán testimonio de su fe y podrán reparar el error pasado. Igualmente debéis poner en práctica esto que os decimos a continuación: si aquellos que han sucumbido en la prueba se ponen enfermos y se arrepienten de lo que hicieron y desean la comunión, debéis atender a su deseo. También las viudas y necesitados que no pueden valerse por sí mismos, los encarcelados, los que han sido arrojados de sus casas deben hallar quien los ayude; asimismo los catecúmenos si les sorprende la enfermedad, no han de verse defraudados en su esperanza de ayuda.

Os mandan saludos los hermanos que están en misión, los presbíteros y toda la Iglesia, la cual vela con gran solicitud por todos los que invocan el nombre Señor. Y también os pedimos que, por vuestra parte os acordéis de nosotros».

Oración

Dios todopoderoso, glorificador de tus sacerdotes, concédenos, por intercesión de san Fabián, papa y mártir, progresar cada día en la comunión de su misma fe y en el deseo de servirte cada vez con mayor generosidad. Por nuestro Señor Jesucristo.

El mismo día 20 de enero

San Sebastián

Mártir

Sufrió el martirio en Roma en el comienzo de la persecución de Diocleciano [284-305]. Su sepulcro, en las catacumbas de la vía Apia, fue venerado ya desde muy antiguo.

Testimonio fiel de Cristo

Del comentario de san Ambrosio, obispo, sobre el salmo 118

Hay que pasar mucho para entrar en el reino de Dios. Muchas son las persecuciones, muchas las pruebas; por tanto, muchas serán las coronas, ya que muchos son los combates. Te es beneficioso el que haya muchos perseguidores, ya que entre esta gran variedad de persecuciones hallarás más fácilmente el modo de ser coronado.

Pongamos como ejemplo al mártir san Sebastián, cuyo día natalicio celebramos hoy.

Este santo nació en Milán. Quizá ya se había marchado de allí el perseguidor, o no había llegado aún a aquella región, o la persecución era más leve. El caso es que Sebastián vio que allí el combate era inexistente o muy tenue.

Marchó, pues, a Roma, donde recrudecía la persecución por causa de la fe; allí sufrió el martirio, allí recibió la corona consiguiente. De este modo, allí, donde había llegado como transeúnte, estableció el domicilio de la eternidad permanente. Si sólo hubiese habido un perseguidor, ciertamente este mártir no hubiese sido coronado.

Pero, además de los perseguidores que se ven, hay otros que no se ven, peores y mucho más numerosos.

Del mismo modo que un solo perseguidor, el emperador, enviaba a muchos sus decretos de persecución y había así diversos perseguidores en cada una de las ciudades y provincias, así también el diablo se sirve de muchos ministros suyos que provocan persecuciones, no sólo exteriores, sino también interiores, en el alma de cada uno.

Acerca de estas persecuciones, dice la Escritura: Todo el que se proponga vivir piadosamente en Cristo Jesús será perseguido. Se refiere a todos, a nadie exceptúa. ¿Quién podría considerarse exceptuado, si el mismo Señor soportó la prueba de la persecución?

¡Cuántos son los que practican cada día este martirio oculto y confiesan al Señor Jesús! También el Apóstol sabe de este martirio y de este testimonio fiel de Cristo, pues dice: Si de algo podemos preciarnos es del testimonio de nuestra conciencia.

Oración

Te rogamos, Señor, nos concedas el espíritu de forta­leza para que, alentados por el ejemplo glorioso de tu mártir san Sebastián, aprendamos a someternos a ti antes que a los hombres. Por nuestro Señor Jesucristo.