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Lunes, XXXI semana

I Macabeos 1,41-64

Necesidad de inculcar sentimientos que llevan a la paz

Vaticano II

Gaudium et spes 82-83

Procuren los hombres no limitarse a confiar sólo en el esfuerzo de unos pocos, descuidando su propia actitud mental. Pues los gobernantes de los pueblos, como ge­rentes que son del bien común de su propia nación y promotores al mismo tiempo del bien universal, están enormemente influenciados por la opinión pública y por los sentimientos del propio ambiente. Nada podrían hacer en favor de la paz si los sentimientos de hostilidad, des­precio y desconfianza, y los odios raciales e ideologías obstinadas, dividieran y enfrentaran entre sí a los hom­bres. De ahí la urgentísima necesidad de una reeducación de las mentes y de una nueva orientación de la opinión pública.

Quienes se consagran a la educación de los hombres, sobre todo de los jóvenes, o tienen por misión educar la opinión pública consideren como su mayor deber el inculcar en todas las mentes sentimientos nuevos, que llevan a la paz. Es necesario que todos convirtamos nuestro corazón y abramos nuestros ojos al mundo entero, pen­sando en aquello que podríamos realizar en favor del pro­greso del género humano si todos nos uniéramos.

No deben engañarnos las falsas esperanzas. En efecto, mientras no desaparezcan las enemistades y los odios y no se concluyan pactos sólidos y leales para el futuro de una paz universal, la humanidad, amenazada ya hoy por graves peligros, a pesar de sus admirables progresos cien­tíficos, puede llegar a conocer una hora funesta en la que ya no podría experimentar otra paz que la paz horrenda la muerte. La Iglesia de Cristo, que participa de las angustias de nuestro tiempo, mientras denuncia estos pe­ligros no pierde con todo la esperanza; por ello, no deja de proponer al mundo actual, una y otra vez, con opor­tunidad o sin ella, aquel mensaje apostólico: Ahora es tiempo favorable, para que se opere un cambio en los co­razones, ahora es día de salvación.

Para construir la paz es preciso que desaparezcan primero todas las causas de discordia entre los hombres, que son las que engendran las guerras; entre estas cau­sas deben desaparecer principalmente las injusticias. No pocas de estas injusticias tienen su origen en las exce­sivas desigualdades económicas y también en la lentitud con que se aplican los remedios necesarios para corre­girlas. Otras injusticias provienen de la ambición de do­minio, del desprecio a las personas, y, si queremos buscar sus causas más profundas, las encontraremos en la envi­dia, la desconfianza, el orgullo y demás pasiones egoístas. Como el hombre no puede soportar tantos desórdenes, de ahí se sigue que, aun cuando no se llegue a la guerra, el mundo se ve envuelto en contiendas y violencias.

Además, como estos mismos males se encuentran tam­bién en las relaciones entre las diversas naciones, se hace absolutamente imprescindible que, para superar o prevenir esas discordias y para acabar con las violencias, se busque, como mejor remedio, la cooperación y coor­dinación entre las instituciones internacionales, y se esti­mule sin cesar la creación de organismos que promuevan paz.