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Martes, XXIII semana

Habacuc 1,2-2,4

Me pondré de centinela para escuchar lo que me dice

San Bernardo

Sermón 5 sobre diversas materias 1-4

Leemos en el Evangelio que en cierta ocasión, al pre­dicar el Salvador y al exhortar a sus discípulos a partici­par de su pasión comiendo sacramentalmente su carne, hubo quienes dijeron: Este modo de hablar es duro. Y de­jaron ya de ir con él. Preguntados los demás discípulos si también ellos querían marcharse, respondieron: Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna.

Lo mismo os digo yo, queridos hermanos. Hasta ahora para algunos es evidente que las palabras que dice Cristo son espíritu y son vida, y por eso lo siguen. A otros, en cambio, les parecen inaceptables y tratan de buscar al margen de él un mezquino consuelo. Está llamando la sa­biduría por las plazas, en el espacioso camino que lleva a la perdición, para apartar de él a los que por él caminan.

Finalmente, dice: Durante cuarenta años aquella ge­neración me asqueó, y dije: «Es un pueblo de corazón ex­traviado». Y en otro salmo se lee: Dios ha hablado una vez. Es cierto: una sola vez. Porque siempre está ha­blando, ya que su palabra es una sola, sin interrupción, constante, eterna.

Esta voz hace reflexionar a los pecadores. Acusa los desvíos del corazón: y en él vive, y dentro de él habla. Está realizando, efectivamente, lo que manifestó por el profe­ta, cuando decía: Hablad al corazón de Jerusalén.

Ved, queridos hermanos, qué provechosamente nos advierte el salmista que, si escuchamos hoy su voz, no en­durezcamos nuestros corazones. Casi idénticas palabras encontramos en el Evangelio y en el salmista. El Señor nos dice en el Evangelio: Mis ovejas escuchan mi voz. Y el santo David dice en el salmo: Su pueblo (evidente­mente el del Señor), el rebaño que él guía, ojalá escu­chéis hoy su voz: «No endurezcáis el corazón».

Escucha, finalmente, las palabras del profeta Habacuc. No usa de eufemismos, sino de expresiones claras, pero que expresan solicitud, para dirigirse a su pueblo: Me pondré de centinela, en pie vigilaré, velaré para escuchar lo que me dice, qué responde a mis quejas. También nosotros, queridos hermanos, pongámonos de centinela, porque es tiempo de lucha.

Adentrémonos en lo íntimo del corazón, donde vive Cristo. Permanezcamos en la sensatez, en la prudencia, sin poner la confianza en nosotros, fiándonos de nuestra débil guardia.