Jeremías 42,1-16; 43,4-7
Mucha paz tienen los que aman tus leyes
San León Magno
Sermón sobre las bienaventuranzas 95,8-9
Con toda razón se promete a los limpios de corazón la bienaventuranza de la visión divina. Nunca una vida manchada podrá contemplar el esplendor de la luz verdadera, pues aquello mismo que constituirá el gozo de las almas limpias será el castigo de las que estén manchadas. Que huyan, pues, las tinieblas de la vanidad terrena y que los ojos del alma se purifiquen de las inmundicias del pecado, para que así puedan saciarse gozando en paz de la magnífica visión de Dios.
Pero
para merecer este don es necesario lo que a continuación sigue: Dichosos
los que trabajan por la paz, porque ellos se llamarán los hijos de Dios. Esta
bienaventuranza, amadísimos, no puede referirse a cualquier clase de concordia
o armonía humana, sino que debe entenderse precisamente de aquella a la que
alude el Apóstol cuando dice: Estad en paz con Dios, o a la que se
refiere el salmista al afirmar: Mucha paz tienen los que aman tus leyes, y
nada los hace tropezar.
Esta paz no se logra ni con los lazos de la más íntima amistad ni con
una profunda semejanza de carácter, si todo ello no está fundamentado en una
total comunión de nuestra voluntad con la voluntad de Dios. Una amistad fundada
en deseos pecaminosos, en pactos que arrancan de la injusticia y en el acuerdo
que parte de los vicios nada tiene que ver con el logro de esta paz. El amor
del mundo y el amor de Dios no concuerdan entre sí, ni puede uno tener su parte
entre los hijos de Dios si no se ha separado antes del consorcio de los que
viven según la carne. Mas los que sin cesar se esfuerzan por mantener la
unidad del Espíritu con el vinculo de la paz jamás se apartan de la ley
divina, diciendo, por ello, fielmente en la oración: Hágase tu voluntad así
en la tierra como en el cielo.
Estos son los que obran la paz, éstos los que viven santamente unánimes y concordes, y por ello merecen ser llamados con el nombre eterno de hijos de Dios y coherederos con Cristo; todo ello lo realiza el amor de Dios y el amor del prójimo, y de tal manera lo realiza que ya no sienten ninguna adversidad ni temen ningún tropiezo, sino que, superado el combate de todas las tentaciones, descansan tranquilamente en la paz de Dios, por nuestro Señor Jesucristo, que, con el Padre y el Espíritu Santo, vive y reina por los siglos de los siglos. Amén.