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Jueves, XX semana

Isaías 11,1-16

Flor que sube de la raíz de Jesé

Balduino de Cantorbery

Tratado 7, sobre la salutación angélica

A las palabras del ángel, que repetimos cada día para saludar a la santísima Virgen con filial devoción, añadi­mos: Y bendito el fruto de tu vientre. Expresión que aña­dió Isabel, al ser saludada por la Virgen, a las últimas pa­labras que había dicho el ángel a María en su saludo. Y así dijo Isabel: Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre. De este fruto habla Isaías cuando dice: Aquel día, el vástago del Señor será joya y gloria, fruto del país. ¿Cuál puede ser este fruto, sino el Santo de Israel, que a la vez es semilla de Abrahán, vástago del Señor, y flor que sube de la raíz de Jesé, fruto de vida del que hemos participado?

Bendito, realmente, en la semilla, bendito en el vásta­go bendito en la flor, bendito en el don; por último, bendito en la acción de gracias y la plena glorificación. Cris­to, descendiente de Abrahán, ha nacido según la carne de la estirpe de David.

Es el único entre los hombres que ha llegado al ápice de la bondad. Ha recibido el Espíritu sin medida. Sólo él puede realizar toda justicia. Pues su justicia responde de la de todos. Así, dice Isaías: Como el suelo echa sus brotes, como un jardín hace brotar sus semillas, así el Se­ñor hará brotar la justicia y los himnos ante todos los pue­blos. Porque éste es el vástago de la justicia, bendecido y embellecido con la flor de la gloria. ¿De qué gloria? De la mayor que cabe imaginar; más aún, es de tal naturaleza que no hay posibilidad siquiera de imaginársela. Porque es una flor que sube de la raíz de Jesé. ¿Hasta dónde sube? Hasta lo más elevado, porque Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre. Se alza su majestad por encima de los cielos, para que el vástago del Señor sea joya y gloria y fruto maravilloso del país.

Ahora bien, ¿qué fruto nos brinda este fruto? ¿De este bendito fruto podremos lograr alguno que no sea verdadera bendición? En efecto, de esta semilla, de este vástago, de esta flor, obtendremos frutos de bendición. Y penetrarán en nuestro interior; primeramente se deposita­rá la semilla: la gracia que nos trae el perdón; después bro­tará el vástago: la gracia que se va desarrollando; por últi­mo, una espléndida floración: la esperanza y el disfrute de la gloria. Realmente es fruto bendito por Dios y en Dios; así en él Dios es glorificado de verdad. Es también bendito para nosotros, de manera que, bendecidos por él, logre­mos la gloria en él, ya que Dios le otorgó la bendición de todos los hombres, según la promesa que hizo a Abrahán.