Jueces 6,33-40; 7,1-8.16.22
Venga a nosotros tu reino, hágase tu voluntad
San Cipriano
Tratado sobre el Padrenuestro 13-15
Prosigue la oración que comentamos: Venga a
nosotros tu reino. Pedimos que se haga presente en nosotros el reino de
Dios, del mismo modo que suplicamos que su nombre sea santificado en nosotros.
Porque no hay un solo momento en que Dios deje de reinar, ni puede empezar lo
que siempre ha sido y nunca dejará de ser. Pedimos a Dios que venga a nosotros
nuestro reino que tenemos prometido, el que Cristo nos ganó con su sangre y su
pasión, para que nosotros, que antes servimos al mundo, tengamos después parte
en el reino de Cristo, como él nos ha prometido, con aquellas palabras: Venid
vosotros, benditos de mi Padre; heredad el reino preparado para vosotros desde
la creación del mundo.
También podemos entender, hermanos muy amados, este reino de Dios, cuya venida deseamos cada día, en el sentido de la misma persona de Cristo, cuyo próximo advenimiento es también objeto de nuestros deseos. Él es la resurrección, ya que en él resucitaremos, y por esto podemos identificar el reino de Dios con su persona, ya que en él hemos de reinar. Con razón, pues, pedimos el reino de Dios, esto es, el reino celestial, porque existe también un reino terrestre. Pero el que ya ha renunciado al mundo está por encima de los honores y del reino de este mundo.
Pedimos a continuación: Hágase tu voluntad así en la tierra
como en el cielo, no en el sentido de que Dios haga lo que quiera, sino de
que nosotros seamos capaces de hacer lo que Dios quiere. ¿Quién, en efecto,
puede impedir que Dios haga lo que quiere? Pero a nosotros sí que el diablo
puede impedirnos nuestra total sumisión a Dios en sentimientos y acciones; por
esto pedimos que se haga en nosotros la voluntad de Dios, y para ello necesitamos
de la voluntad de Dios, es decir, de su protección y ayuda, ya que nadie puede
confiar en sus propias fuerzas, sino que la seguridad nos viene de la
benignidad y misericordia divinas. Además, el Señor, dando pruebas de la
debilidad humana, que él había asumido, dice: Padre mío, si es posible, que
pase y se aleje de mi ese cáliz, y, para dar ejemplo a sus discípulos de
que hay que anteponer la voluntad de Dios a la propia, añade: Pero, no se
haga lo que yo quiero, sino lo que tú quieres.
La voluntad de Dios es la que Cristo cumplió y enseñó. La humildad en la conducta, la firmeza en la fe, el respeto en las palabras, la rectitud en las acciones, la misericordia en las obras, la moderación en las costumbres; el no hacer agravio a los demás y tolerar los que nos hacen a nosotros, el conservar la paz con nuestros hermanos; el amar al Señor de todo corazón, amarlo en cuanto Padre, temerlo en cuanto Dios; el no anteponer nada a Cristo, ya que él nada antepuso a nosotros; el mantenernos inseparablemente unidos a su amor, el estar junto a su cruz con fortaleza y confianza; y, cuando está en juego su nombre y su honor, el mostrar en nuestras palabras la constancia de la fe que profesamos, en los tormentos, la confianza con que luchamos y, en la muerte, la paciencia que nos obtiene la corona. Esto es querer ser coherederos de Cristo, esto es cumplir el precepto de Dios y la voluntad del Padre.