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Lunes, IX semana

Job 29,1-10; 30,1.9-23

La causa de toda perturbación consiste en que nadie se acusa a sí mismo

San Doroteo

Instrucción 7, sobre la acusación de sí mismo 1-2

Tratemos de averiguar, hermanos, cuál es el motivo principal de un hecho que acontece con frecuencia, a sa­ber, que a veces uno escucha una palabra desagradable y se comporta como si no la hubiera oído, sin sentirse mo­lesto, y en cambio, otras veces, así que la oye, se siente turbado y afligido. ¿Cuál, me pregunto, es la causa de esta diversa reacción? ¿Hay una o varias explicaciones? Yo distingo diversas causas y explicaciones y sobre todo una, que es origen de todas las otras, como ha dicho alguien: «Muchas veces esto proviene del estado de ánimo en que se halla cada uno».

En efecto, quien está fortalecido por la oración o la me­ditación tolerará fácilmente, sin perder la calma, a un hermano que lo insulta. Otras veces soportará con pa­ciencia a su hermano, porque se trata de alguien a quien profesa gran afecto. A veces también por desprecio, porque tiene en nada al que quiere perturbarlo y no se digna tomarlo en consideración, como si se tratara del más despreciable de los hombres, ni se digna respon­derle palabra, ni mencionar a los demás sus maldicio­nes e injurias.

De ahí proviene, como he dicho, el que uno no se turbe ni se aflija, si desprecia y tiene en nada lo que dicen. En cambio, la turbación o aflicción por las palabras de un hermano proviene de una mala disposición momen­tánea o del odio hacia el hermano. También pueden adu­cirse otras causas. Pero, si examinamos atentamente la cuestión, veremos que la causa de toda perturbación consiste en que nadie se acusa a sí mismo.

De ahí deriva toda molestia y aflicción, de ahí deriva el que nunca hallemos descanso; y ello no debe extra­ñarnos, ya que los santos nos enseñan que esta acusa­ción de sí mismo es el único camino que nos puede llevar a la paz. Que esto es verdad, lo hemos compro­bado en múltiples ocasiones; y nosotros, con todo, espe­ramos con anhelo hallar el descanso, a pesar de nuestra desidia, o pensamos andar por el camino recto, a pesar de nuestras repetidas impaciencias y de nuestra resis­tencia en acusarnos a nosotros mismos.

Así son las cosas. Por más virtudes que posea un hombre, aunque sean innumerables, si se aparta de este camino, nunca hallará el reposo, sino que estará siem­pre afligido o afligirá a los demás, perdiendo así el mé­rito de todas sus fatigas.