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Miércoles, VIII semana

Job 7,1-21

Toda mi esperanza está puesta en tu gran misericordia

San Agustín

Confesiones 10,26,37—29,40

Señor, ¿dónde te hallé para conocerte –porque cierta­mente no estabas en mi memoria antes que te conocie­se–, dónde te hallé, pues, para conocerte, sino en ti mis­mo, lo cual estaba muy por encima de mis fuerzas? Pero esto fue independientemente de todo lugar, pues nos apar­tamos y nos acercamos, y, no obstante, esto se lleva a cabo sin importar el lugar. ¡Oh Verdad!, tú presides en todas partes a todos los que te consultan y, a un mismo tiempo, respondes a todos los que te interrogan sobre las cosas más diversas.

Tú respondes claramente, pero no todos te escuchan con claridad. Todos te consultan sobre lo que quieren, mas no todos oyen siempre lo que quieren. Optimo servi­dor tuyo es el que no atiende tanto a oír de ti lo que él quisiera, cuanto a querer aquello que de ti escuchare.

¡Tarde te amé, Hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé! Y tú estabas dentro de mí y yo afuera, y así por fuera te buscaba; y, deforme como era, me lanzaba sobre estas cosas hermosas que tú creaste. Tú estabas conmigo, mas yo no estaba contigo. Reteníanme lejos de ti aquellas cosas que, si no estuviesen en ti, no existirían. Me llamaste y clamaste, y quebrantaste mi sordera; brillaste y resplandeciste, y curaste mi ceguera; exhalaste tu perfume y lo aspiré, y ahora te anhelo; gusté de ti, y ahora siento hambre y sed de ti; me tocaste, y deseé con ansia la paz que procede de ti.

Cuando yo me adhiera a ti con todo mi ser, ya no habrá más dolor ni trabajo para mí, y mi vida será realmente viva, llena toda de ti. Tú, al que llenas de ti, lo elevas, mas, como yo aún no me he llenado de ti, soy todavía para mí mismo una carga. Contienden mis alegrías, dignas de ser lloradas, con mis tristezas, dignas de ser aplaudidas, y no sé de qué parte está la victoria.

¡Ay de mí, Señor! ¡Ten misericordia de mí! Contienden también mis tristezas malas con mis gozos buenos, y no sé a quién se ha de inclinar el triunfo. ¡Ay de mí, Señor! ¡Ten misericordia de mí! Yo no te oculto mis llagas. Tú eres médico, y yo estoy enfermo; tú eres misericordioso, y yo soy miserable.

¿Acaso no está el hombre en la tierra cumpliendo un servicio? ¿Quién hay que guste de las molestias y tra­bajos? Tú mandas tolerarlos, no amarlos. Nadie ama lo que tolera, aunque ame el tolerarlo. Porque, aunque goce en tolerarlo, más quisiera, sin embargo, que no hubiese qué tolerar. En las cosas adversas deseo las prósperas, en las cosas prósperas temo las adversas. ¿Qué lugar in­termedio hay entre estas cosas, en el que la vida humana no sea una lucha? ¡Ay de las prosperidades del mundo, pues están continuamente amenazadas por el temor de que sobrevenga la adversidad y se esfume la alegría! ¡Ay de las adversidades del mundo, una, dos y tres veces, pues están continuamente aguijoneadas por el deseo de la prosperidad, siendo dura la misma adversidad y ponien­do en peligro la paciencia! ¿Acaso no está el hombre en la tierra cumpliendo sin interrupción un servicio?

Pero toda mi esperanza estriba sólo en tu muy grande misericordia.