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Viernes, VII semana

Eclesiastés 8,5 - 9,10

Mi corazón se alegra en el Señor

San Gregorio de Agrigento

Comentario sobre el Eclesiastés 8,6

Anda, come tu pan con alegría y bebe contento tu vino, porque Dios ya ha aceptado tus obras.

Si queremos explicar estas palabras en su sentido obvio e inmediato, diremos, con razón, que nos pare­ce justa la exhortación del Eclesiastés, de que, llevando un género de vida sencillo y adhiriéndonos a las ense­ñanzas de una fe recta para con Dios, comamos nuestro pan con alegría y bebamos contentos nuestro vino, evi­tando toda maldad en nuestras palabras y toda sinuosi­dad en nuestra conducta, procurando, por el contrario, hacer objeto de nuestros pensamientos todo aquello que es recto, y procurando, en cuanto nos sea posible, soco­rrer a los necesitados con misericordia y liberalidad; es decir, entregándonos a aquellos afanes y obras en que Dios se complace.

Pero la interpretación mística nos eleva a considera­ciones más altas y nos hace pensar en aquel pan celestial y místico, que baja del cielo y da la vida al mundo; y nos enseña asimismo a beber contentos el vino espiritual, aquel que manó del costado del que es la vid verdadera, en el tiempo de su pasión salvadora. Acerca de los cua­les dice el Evangelio de nuestra salvación: Jesús tomó pan, dio gracias, y dijo a sus santos discípulos y apóstoles: «Tomad y comed, esto es mi cuerpo, que será entregado por vosotros para el perdón de los pecados». Del mismo modo, tomó el cáliz, y dijo: «Bebed todos de él, éste es el cáliz de mi sangre, sangre de la alianza nueva, que será derramada por vosotros y por todos los hombres para el perdón de los pecados». En efecto, los que comen de este pan y beben de este vino se llenan verdadera­mente de alegría y de gozo y pueden exclamar: Has pues­to la alegría en nuestro corazón.

Además, la Sabiduría divina en persona, Cristo, nues­tro salvador, se refiere también, creo yo, a este pan y este vino, cuando dice en el libro de los Proverbios: Venid a comer de mi pan y a beber el vino que he mezclado, indicando la participación sacramental del que es la Pala­bra. Los que son dignos de esta participación tienen en toda sazón sus ropas, es decir, las obras de la luz, blan­cas como la luz, tal como dice el Señor en el Evangelio: Alumbre así vuestra luz a los hombres, para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en el cielo. Y tampoco faltará nunca sobre su cabeza el ungüento rebosante, es decir, el Espíritu de la verdad, que los protegerá y los preservará de todo pecado.